sábado, 18 de julio de 2015

La Rosa de los Vientos(capítulo 2)

“El murmullo de un corazón helado”
La alegría es para aquel cuyos brazos fuertes todavía lo sostienen cuando el barco de este mundo vil y traicionero se ha hundido bajo sus pies. Sin embargo, la tristeza es esa lacra que poco a poco engulle y deteriora cada uno de los pilares esenciales que sustentan el barco de nuestra Infancia. Es decir, la melancolía es el virus que se expande a una velocidad atroz por todo nuestro navío favoreciendo la llegada de su hundimiento. Un hundimiento que nunca debería producirse, ni siquiera después de nuestra cita con la muerte. Pues bien, mi barco se acababa de hundir por la inesperada aparición de un  glaciar con pañales.
Durante la lujosa travesía de mi niñez, todas y cada una de mis ilusiones y esperanzas se reunían en la brillante taberna de mi corazón, donde festejaban hasta altas horas de la noche y brindaban por esa distraída felicidad que divagaba por todo mi cuerpo debido a los resplandecientes sueños que me situaban en la cima más alta de un trono llamado “Mar”.
 Al principio era incapaz de averiguar y descifrar el dichoso  motivo por el que el agua era capaz de embrujarme. Un poderoso e indestructible hechizo era el culpable de mis incontables visitas al río o al lago. Incluso cuando las nubes decidían regar los verdes campos de olivos y almendros que formaban el mágico manto de mi amada Sevilla, no podía evitar mantener una férrea mirada a su rápida y fantasmagórica caída. La lluvia es una de las experiencias más complacedoras, gratuitas y libres que en la vida se puede tener. El ser humano ha intentado imitarlas pero jamás se ha apoderado del gozoso libertinaje que posee el todo poderoso tiempo.
En definitiva, el mar es la libertad que no solo nos permite escapar del severo yugo de una sociedad inmunda y putrefacta  basada en las imposiciones y   en la obediencia ciega de una dictadura  sino que, también, simboliza el pasaporte para huir del mandato a la que cualquier deidad nos expone.
Todos estos eran los sueños de un alma en pena que ahora camina en este desagüe de aguas estancadas y malolientes compuestas por la monotonía, la mediocridad y la desigualdad. Ese insoportable hedor es el reflejo de una raza hambrienta que, aunque se vista de patriota, continúa sin llevarse ni un bocado a la boca.
La llegada de una nueva vida me iba impedir surcar los mares  y desmelenarme al viento con esa suave  brisa marina  cuyo oxígeno es capaz de purificar al más recóndito veneno oculto dentro de mis pulmones. Se acabaron las misiones de camaradería, se acabaron los enormes festines presidenciales que nos permitían recaudar los víveres necesarios para nuestras largas travesías.
Las cataratas salinas que caían muy lentamente por los bordes de mis mejillas y culminaban en la enorme laguna que poco a  poco se iba gestando entre mis labios  no contenían en su totalidad la  esencia de  una tragedia o melancolía sino que el miedo se había apoderado de ellas. De los ojos se vertía temor, no tristeza. Cada gota que se deslizaba por todo mi rostro esbozaba a su vez otro espejismo  en mi mente: Rosalinda.
No podía dejar de pensar en su reconfortante y refrescante perfume a rosas que embriagaban lo más profundo de mi ser. La leña que prendía la  verdadera llama de mi corazón, de mi coraje, de mi amor. Su sonrisa mostraba la claridad de un alma pura e inmortal. Estaba convencido de que con sus desternillantes dientes el naufragio de un barco volcado por la lacra de la tristeza volvería a flote. Si tuviera que vender mi alma al diablo para ver  tan solo una vez más su mirada, probablemente, ya lo habría hecho.
Busqué en el diccionario las palabras adecuadas con las que confesar al amor de mi vida que nuestras reuniones campestres se tenían que acabar pero no las encontré. Ni siquiera supe adivinar  las letras por las que empezaban. El tiempo que rescataba para conversar y observar su cálido rostro había desaparecido. La llegada de una nueva vida me iba a suponer la pérdida de otra.
Aquella noche la cena no fue lo único que se enfrió. Recuerdo que durante mis entrecortados llantos, tanto mi hermano Juanfran como mi hermano Tomás murmuraban a escondidas en nuestra habitación pues el sueño no tenía más dormitorios que visitar.
-Tomás… Algo no me termina de cuadrar- murmuró Juanfran, el mayor de todos los hermanos-. Si no recuerdo mal papá lleva un año y medio sin venir por aquí.
-Exacto, la vendimia este año ha sido muy dura. ¿Recuerdas la carta que nos envió diciendo que su llegada se retrasaría unos cuantos meses pero que no nos preocupásemos porque terminaría por producirse?-preguntó el inocente y torpe Tomás-.
Bien es cierto que a pesar de sus grandes dotes de escalador y de explorador, Tomás, era un tanto corto a la hora de adivinar o intentar develar algún misterio. Lo cierto es que estaba como una cabra, y vestía como tal a pesar de sus trece añazos. Por desgracia, mi hermano era conocido en el pueblo como “El Castrojo” pero como no sabía cuál era el auténtico y preciso significado de esa palabra decidí bautizarlo  personalmente bajo el nombre de “El Campestre”. Lo peor de sus harapientas vestimentas era que el siguiente en la línea sucesoria era yo, por lo que podía garantizar que esos ropajes de cabra iban a acabar decorando tanto mi torso como mis pantorrillas.
La extraña conversación fraternal empezó a sonar un tanto misteriosa pero como no estaba de humor para acertijos y adivinanzas dejé de prestarle atención. Aunque antes de irme pude escuchar un pelín más de ese desastroso y confuso diálogo.
-¡Ay, Dios mío! Dame paciencia porque como me des fuerza…-exclamó exhaustivamente mi hermano Juanfran- ¡Pues claro que me acuerdo melón! ¡Si fui yo quién le leí la carta a mamá!
-Esto…Yo no lo recuerdo así… ¿Por qué no la leyó directamente la mamá? – interrogó Tomás con una expresión un tanto desorientada- . Siempre que el intelectual de mi hermanito se proponía o se planteaba elaborar cualquier pregunta repetía una y otra vez el mismo gesto (colocaba su dedo índice en una posición vertical que culminaba en el labio inferior de su boca).
-¡Serás castrojo! ¿Tú no has cenado hoy, no?- le respondió Juanfran quien había empezado a perder la poca paciencia que le caracterizaba- Mamá no sabe leer ni tampoco sabe escribir. ¡Si apenas sabe firmar!
-Pues no estoy de acuerdo, listillo. ¿Acaso no recuerdas cómo se conocieron papá y mamá?- le recriminó con una solemne tonalidad de rebeldía- Se empezaron a intercambiar cartas en las que se propugnaban el amor que se tenían. No olvides que nos lo contaron a mí y a ti.
-¡Idiota, el burro se pone el último! Se dice a ti y a mí. Claro que lo recuerdo pero ellos no eran los que se escribían las cartas. Sus respectivos hermanos se las leían y se las redactaban – pronunció Juanfran-. Si existiera una balsa de la ignorancia y la insensatez me temo que Tomás sería el capitán.
- ¿Y quién se las leía a sus hermanos? – preguntó el despistado Tomás-.
- Desde luego… ¡Jamás entenderé como consigues recolectar tantas setas! Anda vámonos que la cena se nos enfría- solventó Juanfran-.
- Vale. Oye, ¿y por qué tienes el ojo morado?- volvió a preguntar el incansable Tomás-.
-¡Cállate, imbécil!- dijo Juanfran tras abrir la puerta- Indagaré yo sólo.
La suerte se había posicionado esta vez de mi parte pues, previamente, pude escuchar cómo se acercaban a la puerta desde la que los estaba espiando y así ocultarme tras la escalera.
Cuando bajé al comedor para intentar hincar el diente a la sopa que, recientemente, mi hermana Araceli había cocinado, me percaté de que sostenía un libro entre sus suaves manos. La curiosidad me obligó a preguntarme qué tipo de escrito era aquel libro (fantasía, cuento, etc.). Lancé un par de discretas miradas para intentar leer el título pero las manos de mi hermana suponían un dificultoso impedimento. Finalmente me cansé, no tenía más ganas que las de dormir para regresar a mi eterno navío de los sueños. No obstante, mi madre llegó a la habitación y preguntó directamente a mi hermana por qué motivo no hacía los deberes en lugar de ojear ese libro.
-Pero mamá... Me lo han mandado en el colegio- excusó mi querida y cariñosa hermana con esa voz tan dulce como la miel.
- ¿Un libro recomendado en el colegio? Ya me imagino de lo que puede hablar…-murmuró mi mareada madre. ¿Cómo diablos se llama? ¿De qué trata el libro?
- Bueno, un libro lo que se dice un libro no es. Se trata, más bien, de un manual. Según nuestro profesor, instruye a la mujer en su desarrollo psicológico, social y funcional para proporcionar una mayor comodidad y productividad a este nuestro país – manifestó la inocencia vestida de niña con sus larga cabellera rubia- Y se titula “Cómo ser una buena esposa”.
El cansancio me impedía continuar y seguir aquella sofisticada conversación, por lo que me subí a mi cuarto, me tiré a la cama y cerré los ojos en busca de un nuevo puerto donde mi barco pudiera desembarcar.
Iba a ser mi última semana en aquella insólita escuela. Solo deseaba volver a contemplar los cristalinos ojos de Rosalinda, esa niña  tan hermosa como un atardecer. Sin embargo, una  gran preocupación se había cobijado  en  lo más profundo de mi corazón como una especie de hielo capaz de solidificar al alma más caliente. Mi ausencia sería mucho peor para ella que para mí. No es que la semilla del amor estuviera más desarrollada en Rosalinda sino que, desde su llegada al pueblo, habían intentado fumigar cualquier rastro de afecto o cariño hacia su persona.
Nunca en toda mi vida he conocido a nadie como ella. Desde su llegada al vecindario, me sorprendía continuamente por su alegría, su ilusión y sus ganas de comerse el mundo. A menudo, solía observarla desde la ventana de mi habitación, donde era capaz de apreciar su dulce y sosegada voz, aunque a su vez, Rosa mostraba una cierta incapacidad para pronunciar en su totalidad las palabras que pretendía emplear para comunicarse con los demás.
La dureza y el maltrato constituían la cubierta de su barco. Al parecer, la vida de Rosalinda nunca había sido fácil. Durante el embarazo de su madre, muchas personas cercanas intentaron convencerles para que abortase. Sus abuelos, tanto por parte de padre como por parte de madre, renegaron de ella porque la relación marital entre sus padres se había producido en concubinato concupiscente. Es decir, la propensión natural de los seres humanos a obrar el mal, como consecuencia del pecado original (según la teología cristiana).
Desde pequeñita, le diagnosticaron una curiosa enfermedad que, con toda posibilidad, iba a acabar con su vida antes de alcanzar los diez años. Pero al igual que un barco a la deriva desafía a un hambriento y enfurecido mar, Rosa desafió a la muerte y, ya, había conseguido cumplir la docena de edad. Era un milagro que siguiese viva pues más de un conocido les recomendó a los padres, en más de una ocasión, abandonarla.
La madre era consciente de las reducidas y mínimas posibilidades de supervivencia de las que podía disfrutar su hija. Era conocedora de la breve travesía que su hija viviría. Sabía perfectamente que recibiría una continua lluvia de tempestades e insultos que le amargarían la existencia. Pero, aun así, lo hizo. La madre falleció al dar a luz a su hija. Una vida por otra. Un ojo por ojo. Un diente por diente. Pues Rosalinda, padecía la curiosa enfermedad del síndrome de Down.
El pobre padre, tras la muerte de su mujer, decidió cobijarse en la bebida. El gran sustituto del amor y la compañía es, por defecto, el cenicero y la botella. Un padre viudo. Un padre desolado por la pérdida de su media naranja. Un padre desconsolado por los murmullos de una cama vacía, fría y sola. Y es que no solo había perdido a lo más importante de su vida sino que, él mismo, había perdido parte de su alma.

Todas las mañanas, desde primera hora, el padre descendía a las profundidades lúgubres del sótano. Se encerraba y no volvía a salir hasta la noche. Sin embargo, en esta ocasión, no era la bebida la incógnita del misterio sino algo más profundo, más complicado, más peligroso.

14 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Me alegro de que te guste! Gracias a ti por tu tiempo^^

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  2. Sergio, te felicito. Me han encantado ambos capítulos, son muy amenos y me han enganchado. Espero impacientemente el siguiente capítulo.

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    1. Muchas gracias campeón! Me alegra un montón que te guste!!!!

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  3. Es adictivo, conforme vas leyendo te hace querer leer mas, y eso que yo no soy mucho de leer..... Sigue así hermanito!!

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  4. Muy bueno! La atmósfera muy lograda. Te felicito. Voy al siguiente capítulo...

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  5. waoooooo , en verdad tienes mucho talento muy bonito , sigue para adelante ok

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