“El murmullo de un
corazón helado”
La
alegría es para aquel cuyos brazos fuertes todavía lo sostienen cuando el barco
de este mundo vil y traicionero se ha hundido bajo sus pies. Sin embargo, la
tristeza es esa lacra que poco a poco engulle y deteriora cada uno de los
pilares esenciales que sustentan el barco de nuestra Infancia. Es decir, la
melancolía es el virus que se expande a una velocidad atroz por todo nuestro
navío favoreciendo la llegada de su hundimiento. Un hundimiento que nunca
debería producirse, ni siquiera después de nuestra cita con la muerte. Pues
bien, mi barco se acababa de hundir por la inesperada aparición de un glaciar con pañales.
Durante
la lujosa travesía de mi niñez, todas y cada una de mis ilusiones y esperanzas
se reunían en la brillante taberna de mi corazón, donde festejaban hasta altas
horas de la noche y brindaban por esa distraída felicidad que divagaba por todo
mi cuerpo debido a los resplandecientes sueños que me situaban en la cima más
alta de un trono llamado “Mar”.
Al principio era incapaz de averiguar y
descifrar el dichoso motivo por el que
el agua era capaz de embrujarme. Un poderoso e indestructible hechizo era el
culpable de mis incontables visitas al río o al lago. Incluso cuando las nubes
decidían regar los verdes campos de olivos y almendros que formaban el mágico
manto de mi amada Sevilla, no podía evitar mantener una férrea mirada a su
rápida y fantasmagórica caída. La lluvia es una de las experiencias más complacedoras,
gratuitas y libres que en la vida se puede tener. El ser humano ha intentado
imitarlas pero jamás se ha apoderado del gozoso libertinaje que posee el todo
poderoso tiempo.
En
definitiva, el mar es la libertad que no solo nos permite escapar del severo
yugo de una sociedad inmunda y putrefacta
basada en las imposiciones y en
la obediencia ciega de una dictadura sino que, también, simboliza el pasaporte para
huir del mandato a la que cualquier deidad nos expone.
Todos
estos eran los sueños de un alma en pena que ahora camina en este desagüe de
aguas estancadas y malolientes compuestas por la monotonía, la mediocridad y la
desigualdad. Ese insoportable hedor es el reflejo de una raza hambrienta que,
aunque se vista de patriota, continúa sin llevarse ni un bocado a la boca.
La
llegada de una nueva vida me iba impedir surcar los mares y desmelenarme al viento con esa suave brisa marina
cuyo oxígeno es capaz de purificar al más recóndito veneno oculto dentro
de mis pulmones. Se acabaron las misiones de camaradería, se acabaron los
enormes festines presidenciales que nos permitían recaudar los víveres
necesarios para nuestras largas travesías.
Las
cataratas salinas que caían muy lentamente por los bordes de mis mejillas y
culminaban en la enorme laguna que poco a
poco se iba gestando entre mis labios
no contenían en su totalidad la esencia de una tragedia o melancolía sino que el miedo se
había apoderado de ellas. De los ojos se vertía temor, no tristeza. Cada gota
que se deslizaba por todo mi rostro esbozaba a su vez otro espejismo en mi mente: Rosalinda.
No
podía dejar de pensar en su reconfortante y refrescante perfume a rosas que
embriagaban lo más profundo de mi ser. La leña que prendía la verdadera llama de mi corazón, de mi coraje,
de mi amor. Su sonrisa mostraba la claridad de un alma pura e inmortal. Estaba
convencido de que con sus desternillantes dientes el naufragio de un barco
volcado por la lacra de la tristeza volvería a flote. Si tuviera que vender mi
alma al diablo para ver tan solo una vez
más su mirada, probablemente, ya lo habría hecho.
Busqué
en el diccionario las palabras adecuadas con las que confesar al amor de mi
vida que nuestras reuniones campestres se tenían que acabar pero no las encontré.
Ni siquiera supe adivinar las letras por
las que empezaban. El tiempo que rescataba para conversar y observar su cálido
rostro había desaparecido. La llegada de una nueva vida me iba a suponer la
pérdida de otra.
Aquella
noche la cena no fue lo único que se enfrió. Recuerdo que durante mis
entrecortados llantos, tanto mi hermano Juanfran como mi hermano Tomás
murmuraban a escondidas en nuestra habitación pues el sueño no tenía más
dormitorios que visitar.
-Tomás…
Algo no me termina de cuadrar- murmuró Juanfran, el mayor de todos los
hermanos-. Si no recuerdo mal papá lleva un año y medio sin venir por aquí.
-Exacto,
la vendimia este año ha sido muy dura. ¿Recuerdas la carta que nos envió
diciendo que su llegada se retrasaría unos cuantos meses pero que no nos
preocupásemos porque terminaría por producirse?-preguntó el inocente y torpe
Tomás-.
Bien
es cierto que a pesar de sus grandes dotes de escalador y de explorador, Tomás,
era un tanto corto a la hora de adivinar o intentar develar algún misterio. Lo
cierto es que estaba como una cabra, y vestía como tal a pesar de sus trece
añazos. Por desgracia, mi hermano era conocido en el pueblo como “El Castrojo”
pero como no sabía cuál era el auténtico y preciso significado de esa palabra decidí
bautizarlo personalmente bajo el nombre
de “El Campestre”. Lo peor de sus harapientas vestimentas era que el siguiente
en la línea sucesoria era yo, por lo que podía garantizar que esos ropajes de
cabra iban a acabar decorando tanto mi torso como mis pantorrillas.
La
extraña conversación fraternal empezó a sonar un tanto misteriosa pero como no
estaba de humor para acertijos y adivinanzas dejé de prestarle atención. Aunque
antes de irme pude escuchar un pelín más de ese desastroso y confuso diálogo.
-¡Ay,
Dios mío! Dame paciencia porque como me des fuerza…-exclamó exhaustivamente mi
hermano Juanfran- ¡Pues claro que me acuerdo melón! ¡Si fui yo quién le leí la
carta a mamá!
-Esto…Yo
no lo recuerdo así… ¿Por qué no la leyó directamente la mamá? – interrogó Tomás
con una expresión un tanto desorientada- . Siempre que el intelectual de mi
hermanito se proponía o se planteaba elaborar cualquier pregunta repetía una y
otra vez el mismo gesto (colocaba su dedo índice en una posición vertical que
culminaba en el labio inferior de su boca).
-¡Serás
castrojo! ¿Tú no has cenado hoy, no?- le respondió Juanfran quien había
empezado a perder la poca paciencia que le caracterizaba- Mamá no sabe leer ni
tampoco sabe escribir. ¡Si apenas sabe firmar!
-Pues
no estoy de acuerdo, listillo. ¿Acaso no recuerdas cómo se conocieron papá y
mamá?- le recriminó con una solemne tonalidad de rebeldía- Se empezaron a
intercambiar cartas en las que se propugnaban el amor que se tenían. No olvides
que nos lo contaron a mí y a ti.
-¡Idiota,
el burro se pone el último! Se dice a ti y a mí. Claro que lo recuerdo pero
ellos no eran los que se escribían las cartas. Sus respectivos hermanos se las
leían y se las redactaban – pronunció Juanfran-. Si existiera una balsa de la
ignorancia y la insensatez me temo que Tomás sería el capitán.
-
¿Y quién se las leía a sus hermanos? – preguntó el despistado Tomás-.
-
Desde luego… ¡Jamás entenderé como consigues recolectar tantas setas! Anda
vámonos que la cena se nos enfría- solventó Juanfran-.
-
Vale. Oye, ¿y por qué tienes el ojo morado?- volvió a preguntar el incansable
Tomás-.
-¡Cállate,
imbécil!- dijo Juanfran tras abrir la puerta- Indagaré yo sólo.
La
suerte se había posicionado esta vez de mi parte pues, previamente, pude
escuchar cómo se acercaban a la puerta desde la que los estaba espiando y así
ocultarme tras la escalera.
Cuando
bajé al comedor para intentar hincar el diente a la sopa que, recientemente, mi
hermana Araceli había cocinado, me percaté de que sostenía un libro entre sus
suaves manos. La curiosidad me obligó a preguntarme qué tipo de escrito era
aquel libro (fantasía, cuento, etc.). Lancé un par de discretas miradas para
intentar leer el título pero las manos de mi hermana suponían un dificultoso
impedimento. Finalmente me cansé, no tenía más ganas que las de dormir para
regresar a mi eterno navío de los sueños. No obstante, mi madre llegó a la
habitación y preguntó directamente a mi hermana por qué motivo no hacía los
deberes en lugar de ojear ese libro.
-Pero
mamá... Me lo han mandado en el colegio- excusó mi querida y cariñosa hermana
con esa voz tan dulce como la miel.
-
¿Un libro recomendado en el colegio? Ya me imagino de lo que puede hablar…-murmuró
mi mareada madre. ¿Cómo diablos se llama? ¿De qué trata el libro?
-
Bueno, un libro lo que se dice un libro no es. Se trata, más bien, de un
manual. Según nuestro profesor, instruye a la mujer en su desarrollo
psicológico, social y funcional para proporcionar una mayor comodidad y
productividad a este nuestro país – manifestó la inocencia vestida de niña con
sus larga cabellera rubia- Y se titula “Cómo ser una buena esposa”.
El
cansancio me impedía continuar y seguir aquella sofisticada conversación, por
lo que me subí a mi cuarto, me tiré a la cama y cerré los ojos en busca de un
nuevo puerto donde mi barco pudiera desembarcar.
Iba
a ser mi última semana en aquella insólita escuela. Solo deseaba volver a
contemplar los cristalinos ojos de Rosalinda, esa niña tan hermosa como un atardecer. Sin embargo,
una gran preocupación se había
cobijado en lo más profundo de mi corazón como una especie
de hielo capaz de solidificar al alma más caliente. Mi ausencia sería mucho
peor para ella que para mí. No es que la semilla del amor estuviera más
desarrollada en Rosalinda sino que, desde su llegada al pueblo, habían
intentado fumigar cualquier rastro de afecto o cariño hacia su persona.
Nunca
en toda mi vida he conocido a nadie como ella. Desde su llegada al vecindario,
me sorprendía continuamente por su alegría, su ilusión y sus ganas de comerse
el mundo. A menudo, solía observarla desde la ventana de mi habitación, donde
era capaz de apreciar su dulce y sosegada voz, aunque a su vez, Rosa mostraba
una cierta incapacidad para pronunciar en su totalidad las palabras que
pretendía emplear para comunicarse con los demás.
La
dureza y el maltrato constituían la cubierta de su barco. Al parecer, la vida
de Rosalinda nunca había sido fácil. Durante el embarazo de su madre, muchas
personas cercanas intentaron convencerles para que abortase. Sus abuelos, tanto
por parte de padre como por parte de madre, renegaron de ella porque la
relación marital entre sus padres se había producido en concubinato
concupiscente. Es decir, la propensión natural de los seres humanos a obrar el
mal, como consecuencia del pecado original (según la teología cristiana).
Desde
pequeñita, le diagnosticaron una curiosa enfermedad que, con toda posibilidad,
iba a acabar con su vida antes de alcanzar los diez años. Pero al igual que un
barco a la deriva desafía a un hambriento y enfurecido mar, Rosa desafió a la
muerte y, ya, había conseguido cumplir la docena de edad. Era un milagro que
siguiese viva pues más de un conocido les recomendó a los padres, en más de una
ocasión, abandonarla.
La
madre era consciente de las reducidas y mínimas posibilidades de supervivencia
de las que podía disfrutar su hija. Era conocedora de la breve travesía que su
hija viviría. Sabía perfectamente que recibiría una continua lluvia de
tempestades e insultos que le amargarían la existencia. Pero, aun así, lo hizo.
La madre falleció al dar a luz a su hija. Una vida por otra. Un ojo por ojo. Un
diente por diente. Pues Rosalinda, padecía la curiosa enfermedad del síndrome
de Down.
El
pobre padre, tras la muerte de su mujer, decidió cobijarse en la bebida. El
gran sustituto del amor y la compañía es, por defecto, el cenicero y la
botella. Un padre viudo. Un padre desolado por la pérdida de su media naranja.
Un padre desconsolado por los murmullos de una cama vacía, fría y sola. Y es
que no solo había perdido a lo más importante de su vida sino que, él mismo,
había perdido parte de su alma.
Todas
las mañanas, desde primera hora, el padre descendía a las profundidades
lúgubres del sótano. Se encerraba y no volvía a salir hasta la noche. Sin
embargo, en esta ocasión, no era la bebida la incógnita del misterio sino algo
más profundo, más complicado, más peligroso.
Hermoso!! Gracias por compartir!!
ResponderEliminarMe alegro de que te guste! Gracias a ti por tu tiempo^^
EliminarMuy bueno. Sigue así, máquina
ResponderEliminarMuchísimas gracias:D
EliminarSergio, te felicito. Me han encantado ambos capítulos, son muy amenos y me han enganchado. Espero impacientemente el siguiente capítulo.
ResponderEliminarMuchas gracias campeón! Me alegra un montón que te guste!!!!
EliminarEs adictivo, conforme vas leyendo te hace querer leer mas, y eso que yo no soy mucho de leer..... Sigue así hermanito!!
ResponderEliminar:D
EliminarMuy bueno! La atmósfera muy lograda. Te felicito. Voy al siguiente capítulo...
ResponderEliminarMe alegra que te guste!!!
EliminarMe alegra que te guste!!!
Eliminarwaoooooo , en verdad tienes mucho talento muy bonito , sigue para adelante ok
ResponderEliminary sigo
ResponderEliminarSigo leyendo...
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