sábado, 11 de julio de 2015

"El uso de la jerga bélica en el contexto futbolístico"


Ensayo sobre el uso de la jerga bélica en el contexto futbolístico


INTRODUCCIÓN:

El concepto de deporte siempre ha permanecido vinculado al deseo de fomentar y fortificar tanto  las condiciones físicas como sanitarias del individuo. En teoría, su única finalidad era ésta. No obstante, a lo largo de los siglos, el ser humano ha corrompido y perturbado dicha finalidad. Incluso ha conseguido manipularlo y utilizarlo  como un instrumento para transmitir conceptos que persuadan a sus espectadores. Podemos encontrar ejemplos de ello, prácticamente, a lo largo de toda la historia. Uno de los más destacados se orienta en el nazismo alemán del siglo XX donde su führer, Adolf Hitler, empleó el deporte para transmitir su ideal de raza aria. Es decir, sólo podían representar a su país  en la competición aquellas  personas que tuvieran los ojos azules y el cabello rubio.

Un ejemplo de ello aparece en la figura del afroamericano James Cleveland Owens (Jesse Owens) durante los juegos olímpicos de Berlín en el año 1936, es decir, en la Alemania nazi de Adolf Hitler. La intencionalidad de este dictador residía en mostrar a todo el mundo la grandeza y el poder de la supremacía aria. No obstante, Jesse Owens, un joven atleta de tez negra nacido en Alabama, derrocaría todas las pretensiones hitlerianas al proclamarse ganador tras obtener cuatro medallas de oro: El 3 de agosto en los 100metros lisos derrotando a Ralph Metcalfe; el 4 de agosto en salto de longitud, después de unos amables y útiles consejos de su rival alemán Luz Long ( los mandatarios deportivos influenciados por la personalidad de Adolf Hitler pretendían trucar y engañar a los deportistas como Jesse Owens. En una prueba de salto de longitud llegaron a penalizar, hasta en tres ocasiones, al deportista afroamericano por pisar la línea roja desde la que se debe iniciar la prueba tras coger un determinado impulso. Long no solo era su rival deportivo sino que, además, pertenecía al equipo alemán. Pues bien, este deportista advirtió a Jesse Owens de las trampas a las que le estaban sometiendo y le aconsejó saltar en una posición considerablemente más atrasada a la línea roja. La consecuencia de todo aquello fue el triunfo y la obtención de una medalla de oro). El 5 de agosto en 200 metros lisos; finalmente, junto al equipo de relevos 4 x100 metros conseguiría su cuarta medalla el 9 de agosto de 1936.

Este ejemplo demuestra que la idea original del deporte se ha visto amenazada y conquistada por otros aspectos como la política, la economía o incluso  la guerra. Curiosamente, existe una relación directamente proporcional entre la fama o el impacto que causa en un país un determinado deporte  con el grado de prevaricación y corrupción del hombre. Un claro ejemplo de ello es el fútbol. Aunque no se puede decir que es, exclusivamente, el deporte más practicado y conocido del mundo (también se encuentran deportes semejantes como el baloncesto o el atletismo) sí que es uno de los más afectados y contagiados por dicha enfermedad.

El fútbol es un deporte de “contacto físico” cuya violencia es palpable. Aunque es uno de los deportes más antiguos del mundo, se constató como deporte oficial alrededor del año 1900 (entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX).  Se trata de un deporte claramente agresivo que desata furia, ira y agresividad.

Tanto es así que en el año  1314 se realizó la primera prohibición de este deporte para evitar la creciente ola de violencia que producía. Posteriormente, se volvió a degradar en el año 1885 en un encuentro entre dos equipos ingleses, los cuales acabaron sumergidos en una inmensa disputa física.   
Sin embargo, la violencia no solo se expresa mediante actos. Antes, puse de manifiesto que es un deporte que desata un considerable grado de agresividad, pero no hacía alusión, exclusivamente, a las agresiones físicas (que por supuesto también) sino a las agresiones verbales.

El campo de fútbol se ha convertido con el paso de los años en un teatro romano. Las llamadas jergas lingüísticas  suelen representar el carácter, “la personalidad”, y los valores que constituyen la idiosincrasia o la naturaleza de cada deporte. Pero… ¿Qué es lo que pasa cuando las jergas, en este caso futbolísticas, coinciden con términos empleados e intertextualizados procedentes de  los conflictos bélicos? Es decir, ¿qué sucede cuando se apadrinan préstamos procedentes de un vocabulario empleado en la terminología de la guerra y lo aplicamos dentro de un contexto deportivo como es el fútbol? En este caso, ¿hablamos de jergas futbolísticas o de jergas bélicas? ¿Qué sucede si un deporte de estas características se constituye como el más seguido de un  país? Y si su mayor número de espectadores son niños ¿cómo influye en la mentalidad infantil y en su posterior desarrollo cognitivo?

Este ensayo pretende elaborar una reflexión sobre el vocabulario que se está empleando en uno de los deportes más prestigiosos del mundo  cuyo aparente objetivo es el de mejorar las cualidades sanitarias del individuo. Este lenguaje puede actuar como una especie de virus para aquellos niños cuya conciencia es aún reducida debido a su  escasa edad. Si estos términos se asientan en el corazón de su capacidad lingüística pueden condicionar las bases que conformaran en un futuro su personalidad. Y, evidentemente, no será una personalidad pacífica sino agresiva. El antivirus nacional de la lengua, también conocida como Real Academia Española, debe evaluar estas  desconcertantes situaciones y llevar a cabo una  toma de  decisiones para extirpar esa simbología bélica y así evitar la devaluación de la lengua dotándola de una mayor consistencia.

“LA LENGUA ES ALGO MÁS QUE UNA HERRAMIENTA”
La ignorancia de un gran sector de la población con respecto a la lengua ha fomentado el desarrollo de una concepción vacía y despreocupada de la misma. Quien siembra vientos recogerá tempestades, es decir, la adaptación de una actitud pasiva ha suscitado la aparición de enfermedades lingüísticas cuyo crecimiento descontrolado ha conseguido sepultar el valor de la propia lengua.

Una opinión generalizada afirma que la lengua es un sistema de ruidos aleatorios que proporcionan una cantidad mínima de información al receptor. No importa si el modo o el medio de transmitir ese mensaje es el correcto porque no interrumpe ni intercepta la idea que se quiere dar a conocer. No obstante,  ésta es una concepción totalmente errónea y confusa del papel que desempeña dicho sistema de signos. Todos los elementos que intervienen en cada intercambio de información (desde la construcción de estructuras sintácticas hasta la modalidad que emplean los distintos hablantes) delatan la intencionalidad que cobra ese mensaje. En otras palabras, la lengua refleja la forma en la que se compone el pensamiento humano. Si solo nos centramos en el estudio del mensaje como tal, la información estará incompleta.

Más allá del pensamiento que sitúa a la lengua como un instrumento o herramienta matemática, no cabe duda de que, la funcionalidad de la lengua está siendo deteriorada. Mediante este sistema de signos, el ser humano pretende expresar o, al menos lo intenta, los sentimientos que le invaden. Desde una temprana edad, el hombre actúa como una especie de esponja que absorbe todo lo que oye. Se empapa de la forma y las palabras que se utilizan  o se mueven en su contexto. Es decir, las palabras condicionan la personalidad que va a adoptar el individuo.

Resulta difícil creer que la lengua es sólo una herramienta cuando condiciona el modo de actuación de las personas. Si estos individuos se encuentran sumergidos en un contexto de pobreza lingüística que carece de filtros, acabarán por adquirir y establecer esa pobreza dentro de su  propia personalidad.

Además, la lengua también es un método de respuesta ante una serie de causas.  Por ejemplo: Uno de los pilares básicos de la postguerra española fue la censura o, incluso, la prohibición del uso de algunas palabras. La literatura era perseguida y asesinada. Algunas composiciones musicales fueron encarceladas en las paredes del olvido junto a su autor. Es decir, tanto la lengua oral como la lengua escrita fueron perseguidas por “transmitir solo una determinada información”.

Cabe la posibilidad de que, en los orígenes  más primitivos de la lengua, ésta no fuera más que un medio para compartir una información básica y necesaria. No obstante, con el paso de los años, el grado de complejidad y desarrollo de la lengua es inmenso. Es inadmisible considerar que la lengua no influye en el comportamiento de las personas porque, precisamente, este sistema de signos constituye el reflejo del pensamiento humano. La lengua es algo más que una herramienta matemática. La lengua forma parte de nuestro ser así como nosotros formamos parte de ella.

CÁNCER LINGÜÍSTICO: LA LENGUA ESTÁ TOCADA Y CASI HUNDIDA

El cáncer, por definición, es el crecimiento incontrolado de células que se produce en una determinada parte del cuerpo. Es una enfermedad de carácter  negativa que conquista y engulle a un ritmo avanzado las células y los órganos del cuerpo. Cuando se hace una mención al término “cáncer lingüístico” nos referimos a esa serie de fenómenos ajenos que se apoderan y destruyen la correcta estructuración de una determinada lengua a un ritmo descontrolado.

Preservar la transparencia e identidad de un sistema de símbolos  es sinónimo de proteger  la cultura nacional. La forma en la que ha evolucionado la lengua, cómo se estructura, qué elementos ha descartado o qué elementos ha mantenido, pone de manifiesto el vínculo  de un determinado pueblo que se identifica con su lengua.

Sin embargo, cuando aparecen elementos que alteran  y trastornan esa identidad, se produce un decrecimiento de su valor lingüístico. La consistencia de la lengua se debilita. Es decir, se convierte en un gigante con pies de barro, pues las bases y principios que la regían  han perdido esa solidez. Estas enfermedades que se propagan a una velocidad considerable pueden atacar a cualquier órgano del cuerpo (que es la lengua): La sintaxis, la morfología, la fonética y, sobre todo, la semántica.

El fenómeno lingüístico más común en estos últimos años es la consolidación de extranjerismos (fundamentalmente anglicanos). La fuerza de la economía estadounidense, cuya lengua oficial es el inglés, influye con un grado de importancia inmenso en el mundo y, junto a éste, su lengua. La aventajada posición de EEUU ha afectado a diversos sectores entre los que destaca la lengua. La terminología española se ha visto reemplazada y sustituida por conceptos anglicanos. Ejemplo de ello son palabras como “flash back” o “jet lag”, en lugar de retrospección y descompensación horaria.

Pues bien, esta mezcla y combinación de idiomas ha dejado de ser un sincretismo para convertirse en una conquista lingüística. Este aspecto también se puede apreciar en el ámbito futbolístico. Antiguamente, en la jerga futbolística se utilizaban términos como “balompié” o “saque de esquina” en lugar de fútbol y córner. De hecho, muy pocos equipos españoles emplean ya esa nomenclatura (como el Real Betis Balompié). Aunque bien es cierto que este deporte surgió en Inglaterra, la terminología nacional se ha visto alterada por la influencia de EEUU y su lengua. Pero ¿Por qué ocurre esto?

La razón de este fenómeno es la misma que se identifica con la inclusión de palabras españolas asociadas al campo semántico de “guerra”: La ausencia de palabras que concreten el significado que el emisor pretende transmitir. Por una parte, sí que se han reemplazado varios conceptos que simbolizaban un idéntico significado (probablemente por una cuestión de moda), pero, en la mayoría de las ocasiones, la marca 0 de palabras que logran expresar toda la carga léxica que quiero emplear se ha visto reducida. Esta reducción ha suscitado el reemplazo por otras palabras que pueden tener una gran repercusión negativa sobre el lenguaje y al modo en el que influye en las personas que acogen dicho sistema de signos.

La intriga y la curiosidad aparecen al intentar explicar por qué los espectadores de este deporte tan prestigioso han decidido recurrir a la jerga bélica para expresar o transmitir un mensaje. En otras palabras, qué tipo de vínculo o lazo une la guerra con el balompié. La respuesta es aún más desconcertante: la agresividad.

El balompié es un “deporte de contacto”. La agresividad es palpable incluso en el ambiente que le rodea. La guerra derrocha todo un vocabulario relacionado con la destrucción, la ferocidad, la euforia y, en definitiva, la agresividad. Podemos enumerar diversos conceptos que hacen referencia a la guerra y que, por tanto, nos permiten hablar de la llamada jerga bélica: “Disparo”, “trallazo”, “tiro”, “misil tierra-aire”, “petardazo”.

Muchos teóricos han considerado a este deporte como una forma de liberar todo ese enfado y euforia contenida. Es curioso como la agresividad invade al propio lenguaje que engloba el contexto futbolístico. No obstante, la situación es tan grave que puede provocar diversas ambigüedades lingüísticas como por ejemplo: “Disparó al portero”. En esta oración, si no concretamos el significado correcto que pretendemos transmitir puede darse a entender que un sujeto omitido disparó a la persona encargada de vigilar la entrada de un lugar.

A lo largo del tiempo, hemos podido apreciar que un partido de fútbol puede hasta convertirse, literalmente, en una guerra. Se han utilizado bengalas y otras herramientas arrojadizas en las que los rivales se golpeaban intrínsecamente. Hemos visto como la política se ha hecho patente en este deporte. Por ejemplo, la Copa de España aparece apodada bajo el nombre de “Copa del Rey” a lo que muchos catalanes han respondido negativamente mostrando sus respectivos traseros o mediante pitidos que manifestaran su desacuerdo. También hemos presenciado como la economía inundaba el objetivo prioritario de este deporte: mejorar las condiciones sanitarias del individuo. Pues parece que los espectadores han olvidado que los equipos son empresas que intercambian bienes y servicios para fomentar las ganancias. En este caso, los jugadores constituyen los servicios que se intercambian en un mercado (mercado de fichajes).

La diferencia entre los distintos ámbitos mencionados anteriormente reside en el grado de importancia que los espectadores asignan a cada uno de ellos. Si se trata de política interesa a la ciudadanía pues están empleando el deporte para transmitir una determinada ideología. Cuando aparece algún fichaje como el de Cristiano Ronaldo, cuya suma de dinero alcanzaba los noventa y cinco mil millones de euros, llama la atención de la ciudadanía porque repercute en la economía. No obstante, nadie menciona la putrefacción de la lengua. Las numerosas cargas léxicas de carácter negativo que fortalecen el impacto de la violencia en la sociedad.

El grado de madurez y sensatez también intervienen en el tablero de juego. Una persona que es capaz de discernir entre un vocabulario violento o un vocabulario adecuado puede ser capaz de filtrar dicho cáncer lingüístico. Será capaz de razonar e impedir que niños con una determinada minoría de edad frecuenten ese tipo de encuentros. Los niños durante su infancia son incapaces de censurar, mentalmente, aquellos contenidos inapropiados que pueden perturbar su mente. Actúan como esponjas que absorben todo el vocabulario de su entorno. Una vez se ha introducido este tipo de palabras en su pensamiento, el uso de ellas será más frecuente. Además, un lenguaje violento y agresivo  puede verse reflejado en la personalidad del individuo.

El problema es que la cantidad de niños que asisten a este tipo de eventos es impensable. La despreocupación de las generaciones adultas está siendo heredada  por  las generaciones futuras. La aglomeración entre la inclusión de anglicanismos y la utilización de una jerga bélico han gestado el mayor cáncer lingüístico que padece la lengua actualmente.

Numerosos estudios informan de que existe una relación directamente proporcional entre aquellas personas que muestran un cierto grado de interés por los juegos de guerra y las personas que se identifican con el deporte futbolístico. La naturaleza de los niños durante la infancia suele adquirir de por sí un profundo grado de violencia. Si en lugar de suprimir o disminuir esta agresividad  se fomenta, la sociedad pagará las consecuencias.

Estos datos nos invitan a una profunda reflexión acerca de la naturaleza humana. ¿La violencia y la agresividad componen y marcan su carácter desde su nacimiento? Parece ser que sí. Si no se producen conflictos bélicos el hombre emprende una búsqueda personal para encontrar un evento de características similares. Tanto es así que convierte a su propio lenguaje en un arma ya no solo de persuasión (retórica empleada por algunos políticos) sino en un medio ofensivo.

 “LOS ANTIVIRUS NACIONALES DE LA LENGUA”

Continuando con el símil vírico, los antivirus nacionales de la lengua tienen el deber de sanar todo aquél fenómeno lingüístico que contribuya al decrecimiento de la identidad lingüística propia de cada nación. En España, la RAE (Real Academia Española) es la encargada de desempeñar dicha función. Es obvio que la norma determina la posibilidad de emplear un cierto vocabulario u otro. La oleada de anglicismos que han alcanzado la orilla de la lengua española es abismal. El intento de ralentizar u obstaculizar este cáncer lingüístico es, prácticamente, imposible. La frecuencia de esos términos se ha asentado en la rutina de las personas que la han acogido muy gustosamente.

Sin embargo, la enfermedad está siendo tratada con un diagnóstico inadecuado. El objetivo de la RAE es reducir la utilización de dichos extranjerismos. No obstante, las medidas preventivas que está llevando a cabo para anular su expansión se han visto ineficaces. Los antivirus lingüísticos deben de generar nuevas palabras que complementen la ausencia de significado de otras. De esta forma, la lengua podrá competir con la precisión de las expresiones extranjeras.

Además, si se prolonga esta situación, la esencia latina del lenguaje español también desaparecerá. Estamos viviendo una época de conversión de la terminología lingüística. La RAE se dedica a transformar o a dotar de apariencia española a palabras que son ajenas a nuestra lengua. El problema aumenta a medida que se perpetúa la conversión, pues si adaptamos palabras procedentes del exterior de la lengua española y las sustituimos por expresiones propias, las expresiones que previamente usábamos quedarán obsoletas.

La semántica española corre el riesgo de convertirse en una réplica de la anglicana. Lo que supondrá una pérdida de la identidad. La inyección semántica cada vez es más ardua pues no cesan de llegar numerosas palabras.

En relación con la jerga bélica en el terreno futbolístico, es probable que la utilización de anglicismos para designar palabras españolas no sea tan perjudicial en determinados ámbitos. Por ejemplo, si empleamos una terminología bélica que contribuye a fomentar la violencia social, quizás es mejor emprender una recolección de expresiones anglicanas que, al menos, disminuyan esa agresividad palpable en los terrenos de fútbol. El problema de la carencia semántica de la lengua seguiría patente pero el impacto social sería menos efectivo.

La conclusión parece clara: Si los antivirus de un cuerpo no realizan correctamente su función  o lo hacen a destiempo, las consecuencias para el paciente que padece esa enfermedad pueden ser devastadoras. Lo mismo sucede con los cánceres lingüísticos. Bien es cierto que la RAE no puede responsabilizarse de todo el saneamiento porque existen temas de rabiosa actualidad que merecen ser tratados, no obstante, debe actuar con la mayor rapidez.

En cuanto a la ciudadanía, la importancia del lenguaje está siendo desconsiderada si no olvidada. Las crisis y el auge de la tasa de paro así como la incertidumbre política, al igual que ocurre en el contexto futbolístico, provocan la distracción de un lenguaje que contribuye enormemente a la aparición de distintos problemas sociales como la agresividad o la violencia.

CONCLUSIÓN DEL ENSAYO

La Real Academia Española debe ser la encargada de rellenar y cubrir esa ausencia de significados que no encuentran interpretación en la lengua española. Resulta casi imposible ralentizar y obstruir la llegada de diversos extranjerismos (especialmente anglicanos) pues la frecuencia de los hablantes que ya la han asimilado como parte de su glosario lingüístico es innumerable. Solo mediante la gestación de nuevas palabras que respeten las normas de la lengua española pueden competir con la importancia de la lengua inglesa como consecuencia de la posición aventajada que ocupa EEUU en el mundo.

Por otra parte, la ausencia de significados provoca la conversión y transacción de unas palabras empleadas en una determinada jerga a otra. Como sucede en el caso de la jerga bélica en el contexto futbolístico como consecuencia de la ausencia semántica. Este hecho está repercutiendo enormemente al impacto social que protagonizan la violencia y la agresividad.

Tal vez, en algunos ámbitos, sí que se justifica el empleo de anglicismo para evitar o eludir todas esas expresiones que incitan a la ferocidad. Entre los ciudadanos y los antivirus nacionales de la lengua debemos concienciar a la nación de la importancia que posee preservar la identidad lingüística ya que es sinónimo de cultura. La lengua está tocada y casi hundida. Evitemos que se hunda.

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