sábado, 25 de julio de 2015

La Rosa de los vientos (Capítulo 4)

4.Tic-tac
El sutil parpadeo de las farolas alojadas en las penumbrosas calles de una resquebrajada Sevilla propició la creación o el surgimiento de un pesadillesco paisaje. El leve titubeo de los grillos acomodados entre el follaje intempestivo bajo aquellas ventanas capaces de oír y escuchar los más íntimos secretos de cada hogar  se habían pronunciado de la forma más inoportuna posible.
La recurrencia  diaria e interminable de esos  sonoros petardos explotados en los barrancos de lodo simulaban la finalización de la guerra, o eso decía mi madre. Tras la famosa y conocida Guerra Civil, todos los miembros y componentes del bando militar franquista inauguraron esta repetitiva e incesante tradición en recuerdo de los múltiples compañeros que cayeron en combate.
La espesa oscuridad de la noche me englobaba en su pegajosa y exhausta tela de araña. El firmamento constituía el gran decorado de fondo coronado por el todopoderoso faro de la luna. El interminable tic-tac, banda sonora de nuestra vida y de mi habitación, comenzó a ralentizarse mientras que los nervios empezaron  a aflorar. Pues eran las tres de la madrugada y de mi plan aún no se sabía prácticamente nada.
El febril y atónito  corazón malherido de un simple niño comenzó a palpitar de un modo más acelerado. Las empapadas y sudorosas manos, símbolo inequívoco de temor y terror, se deslizaban por la resbaladiza mesa y el humeante papel.
Los ojos somnolientos de un soñador no lograban divisar el puerto de las ideas. El cerebro debía cumplir una compleja función de albañilería para construir un sencillo plan en base a las escasas y estrechas pistas  facilitadas por la tímida lengua de una linda flor asediada por un cúmulo de espinas. Espinas que serían arrancadas de cuajo por un valeroso jardinero.
“Debo concentrarme. De mí depende que ese apestoso malhechor siga perturbando las calles de esta buena ciudad. Se lo debo a Sevilla pero también a Rosalinda.” Pensé.
Cuando las diminutas pestañas de mis ojos comenzaron a despegarse, el sol ya lideraba el tenebroso y nublado cielo. Siempre he pensado que el sol y la luna son víctimas de una trágica historia de amor en la que su espera dura días, meses e incluso años para cruzarse, durante solo unos minutos, en una preciosa y fantástica unión. Es el vínculo entre la ardiente pasión y el frío corazón que, juntos, forman un templado amor.
Todos los papeles y dibujos que había estado elaborando  la noche anterior aparecieron desperdigados por todo el escritorio. Incluso, pegados en mi amplia y despejada frente. En ese momento, el timbre sonó. Unas sólidas y solemnes voces de ultratumba saludaron a mi madre. Buscaban algo o a alguien. Entre eternas palabras cruzadas distinguí tres palabras: “Su hijo Juanfran”.
En ese instante fui en busca de mi lúcido y brillante hermano quien estaba, otra vez, hablando de mi madre con Tomás.
-Ya está… Al fin lo tenemos. ¿Cómo nos íbamos a imaginar que esa misteriosa persona era el padre de nuestro hermano?-preguntó Juanfran mirando al aun dormido Tomás.
-Si si…- respondió Tomás-.
- Esta misma tarde hablaré con mamá y le pediré que me cuente la verdad. Cómo pasó, dónde y por qué. Si se enterasen las autoridades de lo que ha sucedido le quitarían el título a ese imbécil- añadió el enfurecido Juanfran-.
- Si si…-volvió a responder Tomás quien probablemente estuviera cogiendo setas en uno de sus grandes sueños-.
- ¿Cazurro, me estás escuchando? No entiendo cómo puedes estar así de tranquilo sabiendo que tu padre es…- dijo Juanfran quien no pudo completar su intervención ya que una estruendosa voz lo llamó-.
Cuando escuché a mamá llamar al ya adolescente Juanfran pensé que una lluvia de chancletazos caería sobre su horrible bigote. Bajé lo más rápido que pude y me escondí en una especie de despensa que teníamos situada bajo la ristra de escaleras. La conversación que presencié me absorbió el aliento y bombeó mi temor.
-Hijo siéntate… Necesito hablar contigo- pronunció mamá ante la atenta mirada de los dos guardias civiles-.
-¿Mamá, qué pasa? Todo lo que te hayan contado es mentira. Yo solo lo visité para hablar con él. Simplemente se resbaló y se cayó contra el banco.
-¿Qué? ¿Qué banco dices, hijo? Mantén el pico cerrado que no es nada de eso. Tú sabes que la valerosa persona que nos salvó de la imposición y el hambre comunista fue  el generalísimo Francisco Franco, verdad? -preguntó mamá con una impaciente y delicada mirada-.
¿Valerosa persona? Mamá detestaba, desde siempre, el machismo de la sociedad franquista y nos prohibía que pronunciásemos ese nombre bajo pena de chancletazo. Juanfran padecía una inmensa tormenta de sudor frío que se deslizaba por su pálido semblante. Estaba tan confuso como yo. Tan aterrorizado como yo. Tan acongojado como yo. Sus palabras debían de estar medidas pues la guardia civil no se anda con chiquitas.
-Por supuesto, mamá -respondió mientras la policía esperaba impaciente- Siempre ha sido un honor para mí hablar de la figura de nuestro líder y de nuestro señor. Es un ejemplo para todos nosotros y sus hazañas militares nunca han pasado desapercibidas entre los miembros de esta familia.
-Entonces te alegrará saber que vas a tener la oportunidad de devolverle el favor- intervino el grueso policía con una maliciosa sonrisa-. Te vienes con nosotros joven.
- Mamá, ¿qué está diciendo este “humilde señor”?-interrogó a una mujer invadida, asolada y, ahogada en su propio llanto-.
Los sollozos se habían convertido en el dialecto oficial de aquella hastiada y confusa conversación.
-Hijo mío, escúchame. Debes irte con ellos. Has cumplido dieciséis años y te han convocado para militar en el ejército. Ya sabes que es todo un honor, no puedes rechazarlo- añadió mamá.
-En realidad, señora, nosotros no hemos convocado a nadie. Siempre se realiza un “sorteo” justo. Además, este orgulloso joven se ha presentado voluntario. ¿Verdad que sí?-añadió el otro macilento policía.
- ¿Qué? ¡No! En mi vida he dicho nada de querer militar en ningún ejército que se dedique a matar a personas inocentes por la simple razón de defender sus ideales.
Desde mi escondite, pude apreciar como el grueso soldado se acercó al oído izquierdo de mi joven hermano y le susurró unas pocas palabras que no conseguí escuchar. Solo sé que el gesto que se le quedó en el rostro a Juanfran era mucho peor que el que esbozaba al tener una horrible pesadilla. Tras aquellas palabras, aquellos dardos envenenados, mi hermano cedió. “Si estuviese aquí mi padre, otro gallo cantaría”.
Realmente, desconocía qué era el servicio militar y cómo funcionaba pero una de las mayores trampas de la infancia es que no hace falta comprender algo para sentirlo. Aquel día reuní a la tripulación de La Rosa de los vientos para contarles lo sucedido respecto a Rosalinda. Mi hermano era un cobarde, no quería saber nada de él. Simplemente había renunciado a sus ideales por sumergirse en el mundo de las balas y la destrucción. Su tic-tac iba a ser aún más rápido que el mío.
La Rosa de los Vientos era el símbolo de la orientación. Justo lo que nosotros necesitábamos. Finalmente, la resolución y el veredicto de la compañía de navegantes mugrientos y despiadados fue intervenir ante los continuos abusos del hombre del chaleco negro a nuestra querida Rosalinda. Para ello, nuestra decisión final fue acudir al padre Camilo José. Contadle lo sucedido y obrar en el nombre del bien.
La iglesia estaba situada justo en la zona central de la ciudad  como  si fuera una especie de ojo de cíclope. Gozaba de un dulce estilo romántico sobrecargado de elementos decorativos. La cruz que coronaba la cima de esa montaña religiosa estaba bañada en oro. Se podía apreciar imponente y resplandeciente se mirara donde se mirara. Las vidrieras parecían la mirada de una montaña bañada por la honestidad y la humildad. Dos preciosas ventanas redondas que compartían su perfección con la armonía de las flores de la naturaleza.
El poder que la iglesia poseía era inmenso. Todos los ciudadanos debían acudir a misa y hacer sucesivas donaciones a la santa madre iglesia. El pastor de nuestro rebaño, el padre Camilo José, fue un excombatiente de la Guerra Civil. Además, gozaba de una famosísima fama por su enorme capacidad de escribir. Se dice que un día un leproso se acercó a su iglesia para reclamar solidaridad y misericordia. Se trataba de un hombre poco afortunado ya que no disponía ni de casa ni de familia. No obstante, el padre Camilo José lo metió para adentro y le dejó su cama hasta un total de cinco días. Ese hombre era la reencarnación del bien. Su dulce pero ronca voz lo convertían en un sacerdote ejemplar. Por estos motivos, pensamos que si nos confesábamos y le contábamos lo sucedido, todo se arreglaría. Y así sucedió. Le contamos todo lo referido a Rosalinda .Todos aquellos famosos rumores divagados por el pueblo y que perseguían a aquel alcohólico empedernido. Pero lo que más miedo le causó fue la mención de que traficaba con una especie de pañuelos de seda.
El sacerdote, quien extrañamente portaba una tirita en la cabeza, nos recomendó y nos autorizó que saliésemos con un par de amigos y con él para guiarles ante la morada de  aquel misterioso malhechor que nunca había acudido a misa. Se trataba de un hereje y un pecador según las propias palabras del padre Camilo José. Pero toda esta búsqueda se produciría de noche. Por tanto, debía sacar a la joven Rosalinda antes de las nueve o mi plan se vería perturbado y atrofiado.

Finalmente, el sacerdote nos dictó que, mejor, nos quedásemos en casa  ya que ellos se ocuparían de todo. Les hablé en especial de su lúgubre y misterioso sótano y de su horripilante olor a vodka y a ron. Principalmente a ron. Por fin, después de tanto tiempo y tantas heridas, Rosalinda iba a poder gozar de la pomada de la libertad. No obstante, no podía olvidar la idea de que ese hermano traidor nos haya abandonado. Supongo que las mentiras tienen las patas muy cortas y el corazón muy muy pequeño.

7 comentarios:

  1. Para un ser pensante como tu es fácil detectar el mal negocio del intercambio de favores como moneda corriente. Me gustó el amor tibio del sol y de la luna y ahora creo que todos los amores terminan siendo así. Gran abrazo.

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  2. La imagen del amor entre el sol y la luna es preciosa; preciosa. La verdad, me está encantando. Estoy deseando saber qué ocurre. Consigues crear una atmósfera que envuelve el relato. Para mí resulta casi cinematográfico. A medida que voy leyéndolas escenas se desarrollan en mi cabeza; los personajes,el entorno... Fantástico!

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  3. Cada vez que escucho el verbo encantar aparece un brillo en mis ojos!!

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  4. La verdad es que has creado un ambiente estupendo. Los personajes y el protagonista, los secretos, las intrigas,... Todo genial. Sigo...

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