lunes, 13 de julio de 2015

"La Rosa de los vientos"

La Rosa de los Vientos
1. Náufrago de un barco llamado Infancia.
La infancia es ese momento íntimo en el que comienzas a utilizar los sueños como brújula  o como faro que indican el angosto camino hacia el mar de la libertad, de la juventud, de la magia. Realmente, para llegar a la fuente de la juventud  Ponce de León no utilizó  ni las coordenadas adecuadas ni el periodo del día correcto, pues es la noche y no el día, son los sueños y no la realidad ,los que otorgan esa agua bendita de la inmortalidad del alma.
Eternamente jóvenes. Eternamente piratas. Eternamente eternos. Este era el lema de mi compañía de aventureros inundados o sumergidos por el espíritu de la fantasía y de la magia. Nuestras armas no eran tan afiladas como las de una espada pero sus astillas eran mil veces peores pues penetraban en la carne e incordiaban como una mosca de campo cojonera. Estaba orgulloso de pertenecer a esa tripulación de borrachos y valientes prófugos de esa sociedad inmunda. Lo cierto es que tras la puesta de Sol, nuestro escondite se convertía en uno de los mayores eventos festivos que jamás se han divisado por las tierras de Sevilla. Zumos de toda clase de sabores, refrescos gaseosos e incluso, de vez en cuando, salchichón y mantequilla para acompañar esas sabrosas bebidas que constituían parte de nuestro banquete.
La tripulación de la Rosa de los Vientos nos hacíamos llamar. ¡Qué curioso! Es precisamente el sentido de la orientación el que flaqueaba entre nuestra gente. El capitán fue quien bautizó a nuestra tripulación con ese nombre ya que poseía un dibujo en su hombro con esa forma. El motivo fundamental de ser capitán era precisamente ese: había sido capaz de soportar el eterno dolor de una  punzante aguja y de la turbia tinta. Con el tiempo descubrimos, Alonso y yo, que se trataba de un tatuaje-pegatina, como lo llamábamos nosotros, que había conseguido en una bolsa de patatas fritas.
Mi padre fue el que construyó una especie de balsa que, muy probablemente, por el aspecto tan diminuto que presentaba, daba la impresión de ser la bañera de un gnomo. Todos dentro de nuestro código de piratería debíamos comprometernos y firmar con un escupitinajo, por supuesto, que nuestras promesas jamás se verían incumplidas.
Además, el capitán, Robert, asignaba a cada miembro su labor correspondiente: Alonso era el timonero. Por sorprendente que parezca, nuestra inocente ceguera nos hacía pensar que un plato de porcelana era capaz de guiar a nuestro sorprendente e inquietante navío. Migue era el segundo de abordo. Repetía de un modo recurrente todas las frases del capitán. Además, mis recuerdos alojan la imagen de un pequeño periquito verde sobre su hombro izquierdo cuya docilidad era el resultado de un severo adiestramiento. Su padre trabajaba en un circo como adiestrador de animales y un periquito no suponía un gran reto al lado de los enormes tigres y leones que conseguía domar. Luego, con el tiempo, mi padre me desveló la verdad sobre su arriesgado trabajo: Las  fieras que domaba poseían muy malas pulgas (nunca mejor dicho).
Dionisio era el guerrero más feroz. Poseía un complejo tirachinas formado, exclusivamente, por un globo y la parte superior de una botella de plástico. Aunque eso sí, era el más gordito de todos. Su pelirroja cabellera le proporcionó el apodo de “El Remolacho”. Ibáñez era el miembro  más cómico y gracioso del grupo. No mentiría si dijese que sus poros supuraban alegría, felicidad y una crueldad sobrehumana para elaborar complejas burlas y mofas. Finalmente, la tripulación finalizaba con el explorador Rubén, es decir, conmigo. El cargo que en mí recaía consistía en comprobar y explorar aquellas áreas que podía resultar un peligro para nuestra compañía de camaradas.
La compañía o la tripulación de la Rosa de los Vientos poseía una grotesca y peculiar característica: Era una embarcación de agua dulce (provisionalmente). Sevilla no es una ciudad muy marítima que digamos. Para apreciar algún tipo de agua salada en la calurosa capital de Andalucía debía ocurrir un milagro. Eso o que alguien orinara río arriba.
Si tacho como épicas  a todas nuestras aventuras me estaría quedando corto. La imaginación era el condimento principal para nuestra salsa infantil. Era el verdadero timón de nuestro barco de la Infancia. Entre nuestras aventuras más enloquecedoras recuerdo esencialmente dos: La que apodamos bajo el nombre de “Operación Concha” y la llamada “Misión Arañazo”.
La ingenuidad de un simple niño pirata ligado a la barbarie provocada por la bidireccionalidad del lenguaje puede ser una combinación harto explosiva. En mi hogar, había escuchado conversaciones entre mi padre y sus amigos. Estaban balbuceando sobre las mujeres hasta que logré descifrar una parte del código gracias a mis dotes de explorador: “{…} Las mujeres tienen un tesoro entre sus patas”. Como buen pirata debía de informar a mi capitán inmediatamente para dar parte de la situación.
Al principio me tomaron por un loco. Estuvimos divagando en nuestra balsa hasta altas horas de la tarde (aproximadamente las seis o seis y media). Algunos proponían que era imposible que las mujeres tuviesen un tesoro escondido ahí. Además era un tanto repugnante. Para otros, no perdíamos nada por intentarlo pero podía resultar peligroso por lo que debían enviar al explorador de la tripulación para confirmar los hechos.
El plan consistía en lo siguiente: Nuestras fuentes nos confirmaron que se iba a producir una acampada el día veinticinco de abril con motivo de San Marcos. Ese día, la tripulación me acompañaría hasta desembarcar en una zona considerablemente próxima al objetivo. En ese momento, Dionisio cogería su tirachinas y, desde una posición elevada, se encargaría de bombardear con chinos a las chicas para arrinconarlas contra el río. La tripulación estaría a la espera mientras que yo debía atrapar ese tesoro. Luego nos repartiríamos el botín a partes iguales. Una vez trazado el plan lo pondríamos en marcha.
Dionisio cumplió con su parte. Mientras que ellas se acercaban al gélido y profundo río, yo las esperaba en un árbol cercano. Pensé que la chica de la falda rosa sería el objetivo más sencillo. Así que cuando la oí gritar me aproxime por su espalda y la asusté. Su férreo chirrido parecía el incesante sonido de un pitido que atraviesa el tímpano o, mejor dicho, los dos. Ella cerró los ojos y, yo, con mi dedo corazón, me agaché y extendí la mano para alcanzar ese tesoro que, según mi padre, “toda mujer tiene entre sus patas”.
No recuerdo demasiadas cosas de lo que sucedió a continuación. Sólo un permanente e incesante mareo que me tenía desconcertado. Los árboles rociados de un verde esperanza y el canto de los insectos que sintonizaban con la armonía campestre constituían mi única fuente visual y auditiva. Notaba como si los mocos de mi nariz estuviesen demasiado escuetos y líquidos pues apreciaba o sentía como si una cascada de agua cayera por mis orificios nasales. De repente, escuché la suave tonalidad de nuestro capitán Robert.
-Hey, tío. ¿Cómo estás?- preguntó Robert- como si se extrañase de que continuase con vida.
-Me duele un poco la cabeza y la nariz. ¿Qué diablos ha pasado?- el desconcierto se había apoderado de mi cuerpo.
En ese instante, apareció Dionisio. Mientras emprendía una metodología algo complicada para descender por el tronco de aquel gigantesco árbol.
-Cuando metiste tu mano en su entrepierna, ella achinó los ojos, cerró el puño y digamos que te concedió una audiencia privada con sus nudillos- dijo Dionisio-quien mostraba una gran expresión de alegría en su cara.
-Vaya… Pues esta chica está fuerte…- añadí-.
La tripulación me puso una especie de pañuelo en la nariz para taponar el chorro de sangre que, al parecer, no había dejado de cesar desde aquel golpe. Todos cuchicheaban a mi alrededor como si estuviesen debatiendo sobre algo. Finalmente, el capitán mandó a Migue que me formulara la pregunta que tarde o temprano acabaría por aparecer.
- Rubén… ¿Y ese famoso tesoro?- cuestionó el segundo de abordo- con un color rojizo entre sus mejillas.
-Pues, no lo sé. Ciertamente, me parece un lugar bastante estrecho para ocultar todo un tesoro-respondí-.
-Y… ¿qué notaste? ¿Cómo es?- preguntó Migue- aunque, en realidad, toda la tripulación adoptó una postura boquiabierta.
- ¿Cuándo me asestó los golpes?-dije- lo cierto es que duele mucho. Tengo una sensación de mareo horripilante. Estoy algo exhausto y me duele al respirar. Además…
-Sí, sí… Pero… ¿y de su entrepierna?- intervino Robert impacientemente-.
- Ah vale…-exclamé- es increíble como el ansia apadrinada en el espíritu de los bucaneros se había apoderado de la tripulación. Estaba convencido de que era el tesoro lo que potenciaba ese bombardeo de preguntas  pero, en realidad, no se trataba del afán por el dinero sino la peligrosa curiosidad asignada al nacer en la mentalidad infantil.
Todos los truhanes allí presentes enfocaban sus impacientes miradas hacia mi boca. Como si, de este modo, pudieran escuchar con mayor claridad e interpretar con una inmensa rapidez el significado de mis palabras.
Por un momento creía notar como todo el acogedor ambiente de aquella esplendorosa naturaleza decorada con pintorescas mariquitas y alegres zumbidos de abejas  que habían enriquecido la musicalidad de aquel paraje natural se había silenciado, como si quisieran atrapar cada una de las palabras que iban a partir desde mis labios. Ni tan siquiera el relajante y sinuoso río mantenía su melodía natural.
-Todo ha sucedido muy rápido. Solo recuerdo una leve sensación de calor en mi dedo- añadí-.
Las cómplices miradas entre los miembros de la tripulación se sucedían intrínsecamente. Parecía como si sus ojos hubieran adoptado una actitud nostálgica y lastimera. Probablemente, pensaran que aquel impactante golpe propiciado por el puño diestro de aquella hermosa chica me hubiera envuelto la mente con una adhesiva locura.
-¿Cómo caliente?-preguntó Ibañez- esto no tiene ningún sentido. Se supone que debías averiguar un tesoro no que metieras la mano en un volcán. La carcajada se convirtió en la banda sonora de esa ridícula situación.
-Lo estoy diciendo enserio bobo- respondí con un tono bastante molesto.
-¡Cuidado, cuidado! Llamad al camión de bomberos que nuestro explorador está que arde- comentó Ibáñez -.Todos se echaron al suelo y comenzaron a rodar promovidos por el exitoso chiste que había elaborado nuestro “querido cómico”.
- ¡Ya estoy harto de tus estúpidas bromas, Ibáñez!- exclamé- asediado por una ira que apenas dejaba latir mi corazón.
- Tranquilícese camarada- ordenó el capitán que previa la posibilidad de que se estableciese una seria disputa física-. Cuéntanos que más percibiste.
-Verás, sentí como si “su tesoro” estuviese protegido por unas porciones bastantes reducidas de pelo. Como si estuviese arrugado.
Toda la tripulación pronunció un profundo “oh” al unísono. Estaban consternados por la información que les acababa de facilitar su explorador. No obstante, una vez acabado aquel inverosímil coro de voces anonadadas, Ibáñez volvió a las andadas.
-Pues Rubén, si algún día te apetece jugar a la isla del tesoro con alguien cuenta conmigo, ya que mi tesoro es más alargado y podrás agarrarlo mejor. Incluso posee una porción de pelos reducida- la carcajada de ese bufón fue la gota que colmó el vaso de la impaciencia. Derramando, ira, furia y agresividad. Esta vez, había ido demasiado lejos.
En ese momento estaba tan molesto que ni sabía lo que hacía ni me importaba. Emprendí un bombardeo de insultos, gritos y empujones que acabarían con la ropa de Ibáñez en el río. En aquella época, Miguel Gila y Paco Martínez Soria eran los principales referentes del humor español.
-Ya estoy harto de tu actitud de payaso. Melón que eres un melón. Realmente desconozco si te crees Paco Martínez Soria o Miguel Gila pero lo cierto es que no tienes ni puta gracia. Maldito imbécil- dije tras estallar y sumergirme en el mar de la crueldad.
Finalmente, conseguí que mantuviera la lengua inmóvil dentro de su boca. Todos se quedaron embobados con mi reacción. Era el torpe y el hazme reír del grupo de camaradas así que no era de esperar que alguien como yo actuara así.
Y menos que me levantara con tal  ímpetu  como para asestarle un gran empujón que culminara con sus calzoncillos empapados en el río. Finalmente el capitán intervino y me pidió que fuese a casa a descansar. No como un superior al mando, sino como un colega que se preocupa por sus relaciones fraternales de amistad.
De camino a casa, las farolas fueron encendiéndose como velas. Se hacía tarde y el toque de queda estaba a punto de establecerse por lo que más me valía presentarme en mi casa. No era la prohibición de divagar por las calles a altas horas de la noche lo que me preocupaba sino las zapatillas de mi madre. Mi madre, Victoria, tenía una gran puntería con el calzado. Da igual qué clase fuera: Chanclas, zapatillas de andar por casa, botas, etc.
Mis ganas de volver a casa se empequeñecían cada vez más. No me apetecía ver a mi madre, ni a mis numerosos hermanos pues, en aquella época, las madres concebían muchos hijos para destinarlos a trabajar  y que, de esta manera, pudieran contribuir a la llegada o recogida de dinero a la casa. En cuanto a mi padre, era el hombre invisible. Nunca estaba en casa. Se iba todos los años a la vendimia de Francia y apenas se le veía el pelo (nunca mejor dicho). Eso sí, su índice de precisión oscilaba el noventa por ciento pues cada vez que llegaba a mi casa y dormía con mi madre un nuevo hermanito estaba por llegar.
El feto del presentimiento se estaba gestando en el vientre de la madre incertidumbre. Tenía la extraña sensación de que iba a suceder algo malo. Entonces, decidí recurrir a lo que yo denominaba “desafío mágico”, es decir, cuando la inocencia e ingenuidad de un niño se aferra a la esperanza de que si al patear la lata de refresco lograba alcanzar la farola, todo saldría bien, pero, si por el contrario, golpeaba el recipiente y no conseguía precisar, se cumpliría la conocida  ley de Murphy: Si algo puede salir mal, saldrá mal. Se trata de un mero juego azaroso que enriquece el tópico de la vida como una ruleta de la fortuna en la que  se plantea una apuesta y uno se arriesga a ganar o a perderla.
Atiné. Pude golpear con el efecto adecuado. La autoestima se acrecentó como la espuma al igual que mi ahora resplandeciente seguridad. Sin embargo, todo se torció cuando al asomarme a mi calle observé a la chica de la falda rosa junto a la que debía ser su madre en pleno diálogo con mi progenitora, así que decidí pegar la oreja y mantener el pico cerrado.
-¿Sí?-se escuchó desde la puerta de casa como respuesta a los repetitivos golpes que se habían asestado sobre la puerta-. Siempre me ha llamado la atención el hecho de tener que golpear hasta en tres ocasiones una puerta cuando simplemente con una sola vez sería suficiente.
- Querría hablar con la dueña de la casa por un altercado que tiene que ver con su hijo- respondió la madre de la chica con la falda rosa-.
- Voy…- añadió una voz un tanto femenina mientras se escuchaba el chillido de dos niños ante el sonido de una “galleta” asestada por la zapatilla de su madre.
La puerta se abrió y mi corazón se rompió. Esta vez ni mil latas de refresco me librarían de la paliza que estaba a punto de alcanzarme. Mientras yo rezaba a todos los apósteles que recordaba de ir a misa, aparecieron dos siluetas situadas una a cada lado de mi madre. Eran mis dos hermanos mayores. Estaban sujetos por la patilla.
-Dígame señora, ¿Cuál de estos descerebrados ha cometido dicho altercado?- preguntó mi madre. A un lado sostenía a mi hermana Araceli mientras que, al otro, se ubicaba mi hermano Juanfran.
- Le comunico (ya que no me ha preguntado) cuál ha sido el motivo de esta reclamación. Resulta que uno de sus hijos ha introducido el dedo corazón en las partes íntimas de mi hijita. Exijo, en la medida de lo posible, saber el castigo al que se verá sometido. Nena, señala al niño que ha cometido semejante infamia.-añadió la señorita Villalobos-. Sabía que era ella por los caros ropajes con los que se vestía  en comparación a los sucios harapos que teníamos que portar el resto de los mortales. La niña señaló a Juanfran. Mi hermana estaba obviamente descartada ya que , aunque hubiera sido ella, cualquier gesto de homosexualidad  se podía pagar con un paseo a los barrancos de lodo.
A continuación, mi madre soltó a mi hermana y con la mano que le quedó libre cruzó la cara a mi querido hermano. Desconocía por qué motivo había confundido a mi hermano conmigo pero lo cierto es que me alegraba. Los hermanos mayores están para proteger a los hermanos que no lo son tanto.
Cuando se fueron aquellas señoras de la puerta de mi casa, aparecí yo. Al entrar, observé como mi madre seguía regañando y atizando la colleja de mi pobre e inocente hermano ante la risa diabólica de mi hermana Araceli y mi hermano Tomás que había vuelto de recoger sus amadas setas.
-¿Y tú de dónde vienes? ¿Qué te ha pasado en la napia?     - me interrogó mamá quien todavía mostraba una feroz sed de sangre. ¿Otra vez vuelves de esas estúpidas “misiones de arañazos”? Algún día te darás cuenta de que la vida te reserva algo peor que arañazos. Anda, cámbiate que se te enfría la cena.
Dichas misiones consistían en citarnos a las cuatro de la tarde, en la plaza del arcipreste, todos los miembros de la tripulación cargados con cualquier instrumento o utensilio alargado que cumpliera la complicada y arriesgada misión de decapitar a todo un ejército de pinchos. No obstante, siempre acababa lleno de arañazos por todas partes y semidesnudo pues nuestros harapos no eran nuestra mejor armadura que digamos.
-Mamá…Quiero ducharme…-sugerí aterrorizado por miedo a recibir un chancletazo.
-¿Cómo? ¿Puedes repetir esto que acabas de decir?-preguntó un tanto aturdida mamá-.
-Que me gustaría bañarme mamá. Me he tumbado en el campo, he estado sudando como un poseso y, además, la nariz la tengo llena de sangre por un golpe que me di decapitando pinchos-volví a repetir por segunda vez pero manteniendo ese temor incesante que se había apoderado de mi piel (y de mis esfínteres)-.
-¿Decapi…qué?- intentó repetir mi madre obteniendo por ello un notable fracaso.
- Cortando pinchos mamá, cortando pinchos- añadió mi hermana que estaba intentando ver una película de esas españolas de amor. Claro, con un solo canal tampoco había mucha variedad de donde elegir. Digo intentar porque antes de cada película había que tragarse una especie de documental tormentoso en el que exaltaban la figura de un generalísimo militar. De nuestro generalísimo militar. Creo que se llamaba Nodo o algo así… El documental claro.
La blanca tez de mamá estaba considerablemente más pálida de lo normal. La saliva se había convertido en asfixiantes arcadas que la seducían y la invitaban al lecho presidencial de mi casa. Su mal humor se fue acrecentando cada vez más y el olor a miedo se difuminó por toda la casa. No obstante, salió al patio para tomar un poco de ese refrescante aire cargado de humo negro como consecuencia de la estación de locomotoras que se había asentado a unos pocos metros de nuestro hogar. Con el tiempo la bestialidad y la osadía de un malvado y cruel padre le llevarían a conseguir el puesto de capataz dirigente.
Éramos cinco hermanos los que dormíamos en aquella casa. Yo llegué en cuarta posición. Al parecer, no cogí el rebufo suficiente como para adelantar a mi hermano Tomás “El campestre”. Cuando solíamos marchar de excursión al campo, mi hermano Tomás era el encargado de portar una mochila con los víveres necesarios para subsistir toda una tarde en el mes de agosto de mi amada Sevilla. Pues él, se perdía por los montes hasta altas horas de la mañana en busca de esas verduras alargadas que si las tomas provocan un  cierto color algo amarillento en la orina, los espárragos.
En esos años yo era el más pequeño de la casa pero, a la vez, el que más odio despertaba en los demás. Pues todos se veían en edad de trabajar excepto yo por lo que mientras  por sus espaldas descendía la gota del esfuerzo, del trabajo y, en definitiva, del sudor, mis glúteos estaban cómodamente asentados en los pupitres del colegio. Aunque lo cierto es que detestaba ir al colegio desde que tuvo lugar aquel espantoso castigo. Solía redactar todos y cada uno de mis deberes con la intención de recibir un reconocimiento por mi labor. Y así fue hasta que mis hermanos  decidieron advertirme. Pedro y Juan eran los dos hermanos mayores al “El campestre”. Un día decidieron gastarme una broma que les saldría por la culata.
Las palabras que pronunciaron fueron el murmullo de un corazón helado, gélido, congelado. Antes que yo, ellos disfrutaban con el aprendizaje obtenido en las aulas. Sin embargo, cada vez que un hermano nacía, uno de los mayores debía abandonar la escuela para aportar una porción de pesetas lo suficientemente amplia como para mantener a una pobre familia en el amplio sentido de la palabra. Aunque era temor lo que me producían los profesores debido a los numerosos castigos físicos ejercidos a los alumnos, no quería dejar al lado mi sueño de ser un pirata poeta. No quería dejar de hablar con Rosalinda y, tampoco, quería dejar mi tripulación para trabajar. No alcanzaba a entender como una figura tan diminuta como la mía se iba a poner a arreglar cocinas o a recoger olivos. La intencionalidad de su satírica confesión se orientaba hacia la idea de gestar poco a poco la purga de la desconfianza y la desilusión haciéndome creer que mamá estaba embarazada.
Finalmente, cuando mi madre volvió, mis primeras palabras fueron donde estaba la cena. Mi madre deshidratada, exhausta y blanquecina nos reunió a todos en el comedor.
-Hijos tengo que contaros algo… - pronunció con un horripilante misterio la dueña de aquella casa-. De nuevo, estoy embarazada.
Por el semejante silencio que se cosechó en aquel estrecho, húmedo y putrefacto habitáculo, se me vino a la mente ese extraordinario momento de la tripulación y el tesoro que había palpado. Bueno, por el silencio y por la desfigurada cara de mi pobre hermano que había recibido una bestial paliza (por mi culpa). En aquel instante, mi mirada adoptó la forma y la esencia de una brújula que buscaba el destellante brillo en los ojos de mis hermanos bajo el mensaje de “llevabais razón”.
No se produjo un contacto visual. No se produjo ni una inocente mirada, al menos hacia a mí. Mis hermanos se miraban intrínsecamente ante el desconcertante tic-tac del reloj de mi abuela. La broma ya no era tal. Sentí que sus susurros y sus murmullos hacían referencia a mi persona y, entonces, lo vi. La compasión se convirtió en el iris de la dramática mirada que mis cómicos hermanos me lanzaron: algo así como “bienvenido al mundo real”.
Parece impredecible que un niño de tan solo nueve primaveras fuese capaz de percibir su destino. El algodón o las aceitunas iban a convertirse en mi  nueva tripulación. El barco de la infancia había zarpado sin mí. El puerto quedaba vacío. Mi madre iba a traer una nueva vida al mundo que se iba a convertir en la asesina de mi fantasía. En la ladrona de mi corazón, y en la destructora de mis sueños.

Fin del primer capítulo.

16 comentarios:

  1. Unos minutos de lectura bien invertidos. Gracias Sergio ;)

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    1. Muchísimas gracias Jordi. No sabes lo importante que es para mí.

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  2. Un primer capítulo donde nos enseñas al protagonista y todo el mundo que le rodea. Como llega el con de la infancia, esos juegos de piratas con sus amigos, por el nuevo embarazo de su madre. Me ha gustado. Espero el segundo capítulo. Un abrazo.

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  3. Un primer capítulo de una historia que promete. me ha resultado ameno y entretenido estos recuerdos juveniles. Gracias amigo. Un abrazo.

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  4. Me ha gustado mucho. Espero el siguiente con ganas.

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  5. Me ha gustado. Enhorabuena. Un buen capítulo introductorio: sitúa al lector y le despierta la curiosidad por los siguientes, o sea, engancha. Solo un detalle de estilo: No olvides repasar antes de publicar cualquier discordancia de número o género. No es raro que durante la redacción se produzca alguna, pero no deben aparecer en el texto a publicar.
    ¡Felicidades!

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  6. Me ha gustado mucho, es muy entretenido. Espero el siguiente. :)

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  7. ¡Me ha gustado muchísimo! Enhorabuena Sergio, espero que puedas seguir mejorando poco a poco y que llegues muy lejos, te mereces lo mejor. :)

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  8. Muchas gracias Alba!!! Un besazooo

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  9. Realmente excelente , por un momento me imagine dentro de los personajes y de la historia esto parece loco pero en verdad muy buena me encanto .

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